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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

«Turistificación».

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Es como se conoce ahora a la masificación de toda la vida. En estos días, Gijón está a tope. No cabe un alma más. ¿Me molesta? Sí, claro, como creo que a todo el mundo que vive aquí. Los bares que frecuento normalmente se encuentran abarrotados, las playas sin un centímetro libre y me muevo constantemente entre un colapso generalizado. El tráfico, sin ir más lejos, se vuelve denso como un cubo de aceite. En nuestra ciudad hay pocos atascos a lo largo del año, pero en estos días resulta imposible transitar en coche. De repente, se forma una recua de vehículos dando igual la calle, el barrio o la dirección a la que vayamos. En resumen, es un fastidio. Un incordio en toda regla. A nuestro Gijón del alma se le revientan las costuras con tanto visitante. Sin embargo, es algo ya habitual. Siempre ha sido así cada verano. En mayor o menor medida. Durante la crisis, bien es cierto, el número de turistas descendió de forma considerable, sin embargo, con la llegada de una cierta recuperación todo el mundo se ha ido de vacaciones. ¿Podemos hacer algo para combatir esta «Turistificación» que muchos denuncian? Yo diría que poco. En algunos sectores hablan de que las administraciones deben intervenir. Regular este tsunami que en determinados lugares se ha vuelto ya insoportable. Ahora bien, no explican cómo. Es decir, si quieren dejar a los operadores ya instalados (hoteles, casas de aldea, apartamentos, camping, etcétera) en régimen de semimonopolio, impidiendo la entrada de más competencia. ¡Cuidado! Estamos recogiendo lo que un día sembramos. El turismo siempre fue (y será) el recurso de los países pobres. Ningún país avanzado vive de él. Aquí quisimos hacerlo para paliar nuestro declive industrial –ya saben, «ven al paraíso»- y he aquí las consecuencias. Miles de personas buscan solaz al amparo de unas infraestructuras desbordadas. No tengo nada en contra del turismo. Faltaría. Soy un turista más cuando, como cada año y dentro de poco, me voy a dar un paseo por el mundo. No obstante, hay actitudes que me molestan. Hay personas que demuestran mucha prepotencia hacia los lugares donde veranean. Una especie de chulería insoportable y desprecio absoluto por lo autóctono. Les cuento una anécdota. El otro día me encontraba en una pequeña villa asturiana. Un individuo paró el coche en mitad de una calle del centro. Sin encomendarse a nadie, empezó a descargar los bártulos de la playa. Coches pitando, colas y cabreo generalizado. Un policía municipal se le acercó para recriminarle esa conducta y quizá mutarle por cabestro (encima, luego no lo hizo). Su respuesta fue de las que hacen época: «Oiga, que esto es un pueblo».

 

Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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