Hay noticias que nos permiten arrinconar la actualidad y que, por tanto, resultan balsámicas. Hay noticias que constituyen un alentador guiño a ese trasfondo travieso (puede que también “avieso”) que aún perdura en los desvanes de nuestra memoria y que nos es muy grato visitar. Hay noticias que nos hacen incurrir en el asombro y, por ello, tienen que ser bienvenidas, deben serlo.
Me refiero en este caso a la noticia publicada en EL COMERCIO cuyo titular es “La tienda del oprimido”. La fotografía nos sitúa en la calle Pelayo, y podemos ver que se trata de catorce trozos de madera que enmarcan una cabina telefónica. En esa singular “tienda”, hay libros, galletas y ropa. Lo que se plantea en tan sorprendente invento es que allí podemos dejar lo que deseemos y que, además, todos los objetos que se encuentran sobre sus baldas están a nuestra disposición, si nos queremos llevar alguno de ellos. Lo dicho: todo un guiño, marcado por el sentido del humor y la originalidad.
En pleno verano, cuando más turistas y visitantes se ven en un Oviedo que descansa más que nunca, alguien acaba de poner en práctica una divertida y admirable ocurrencia. ¡No está mal!
Lo cierto es que, según iba leyendo la noticia, me decía a mí mismo que lo peor de todo era que la actualidad no hay manera de dejarla depositada en alguno de esos estantes. Sin embargo, me di cuenta de que estaba incurriendo en un error de bulto. Y es que el mero hecho de prestar atención a tan feliz ocurrencia nos lleva a aparcar la actualidad, a dejar de lado a los planes de Rajoy, si es que los tiene, a olvidarnos de los más que inquietantes datos económicos relacionados con la deuda de este país, a la situación de declive y decadencia que está viviendo Asturias con la marcha de miles de personas cada año en busca de trabajo, situación de declive y decadencia cuyos datos acaba de ser facilitados por Comisiones Obreras.
“La tienda del oprimido”. Ni se vende ni se compra. Sólo se depositan cosas para quien tenga a bien llevárselas, al tiempo que se nos brinda la oportunidad de dejar lo que deseemos sobre los estantes.
De entrada, ya digo, dejaría a Rajoy con sus balbuceos, con sus idas y venidas. Y es que, por mucho que prometa estar dispuesto a conjugar el verbo concretar, siempre temo que a última hora se haga un lío con los tiempos y los modos, y aquello resulte un episodio digno de Fray Gerundio de Campazas.
“La tienda del oprimido”. Es obligado manifestar gratitud a la persona que puso en práctica una iniciativa tan divertida, tan oportuna y –por qué no decirlo- tan transgresora.