A Gabriel García Márquez le tengo oído que «en la América Latina hay un país que no es de tierra, sino de agua, llamado Caribe». Tanto significaba para el Nobel colombiano este país líquido, de un modo distinto que para miles de avilesinos emigrados allí, algo que comenzó en el siglo XVI (cuando aparecieron por la zona nuestros primeros navegantes caso de Bartolomé Carreño, Pedro Menéndez o Martín de las Alas) agigantándose la emigración asturiana en los siglos XIX y XX donde ya eran multitud los jóvenes embarcados en el Cantábrico para -en mes y medio de viaje- ser desembarcados en el Caribe a buscarse la vida.
En ese país de agua comenzó la moderna época dorada de la piratería a cargo principalmente de navegantes ingleses a la caza de cofres del tesoro que las naves españolas llevaban en sus bodegas -rapiñados bastantes de ellos a los indígenas en las tierras recién descubiertas-en su regreso a la península. Los decanos, por así decir, de la piratería fueron John Hawkins y Francis Drake que, por cierto, eran primos segundos. Hawkins (a quien los españoles también conocían como Aquines o Aquins, al castellanizar su nombre) con el tiempo llegaría a ser Sir John -por la Gracia de la reina Isabel I de Inglaterra- también comerciaba con personas de raza negra que secuestraba en las costas africanas para venderlas como esclavos en el Nuevo Continente. Otro tanto ocurrió con Drake reconvertido, pasados los años, de cruel pirata negrero en Sir Francis Drake vicealmirante de la Armada de Su Majestad Isabel I.
El caso es que una mañana de julio de 1568 los habitantes de la entonces población española de Cartagena de Indias (hoy ciudad colombiana cuyo casco histórico está declarado Patrimonio de la Humanidad) se despertaron con once banderas negras con sus once calaveras blancas mirándolos desde el mar. Entre la flotilla de los once barcos destacaba por su [entonces gigantesco] tamaño el ‘Jesus of Lübeck’ navío de 700 toneladas, capitaneado por Hawkins y que le había sido cedido por la mismísima reina de Inglaterra, para que se vea hasta donde llegaba el apoyo del poder británico a quien le procuraba cuantiosos beneficios generados por el comercio de esclavos africanos (‘piezas de carga’ en el argot negrero) a América.
El caso es que Hawkins -artimaña que generalmente utilizaba- le envió un amistoso mensaje al Gobernador de la plaza pidiéndole permiso de atraque de sus naves para desembarcar las mercancías (esclavos negros incluidos) de sus repletas bodegas al objeto de montar una feria comercial beneficiosa para ambas partes.
El Gobernador, que conocía el percal, le negó la entrada en el puerto y el montaje comercial que ofrecía el negrero, quien entonces propuso ‘negociar’ pero la autoridad española se mantuvo en su negativa lo que alteró tanto a Hawkins que violentamente le amenazó con apoderarse sin más de Cartagena y arrasarla. Con tranquilidad el Gobernador le respondió (según cuenta José Alberto Cepas en su trabajo ‘Los perros del mar’) que “A partir a ahora el único lenguaje en el que habremos de entendernos será el de la espada y la arcabucería”. El español solo tenía doscientos soldados y dos cañones. Y mucha astucia.
El pirata inglés John Hawkins no salía de su asombro ante el atrevimiento del gobernador español, que no era otro que el avilesino Martín de las Alas, quien además regía una población que por aquel tiempo todavía no había sido fortificada contra los ataques que vinieran del mar. Total, que el pirata comenzó a bombardear la ciudad cuyos habitantes habían sido puestos en alerta. Y como solamente disponía de dos cañones para enfrentarse a la marinería inglesa utilizó la treta de cambiar de sitio los cañones una vez que hubiesen disparado dando así la impresión de tener una artillería numerosa. Aquello trajo un trabajo de aúpa a los cartageneros pues anduvieron trasportando de un lado a otro las dos pesadas piezas durante ocho días que fueron los que duró la batalla artillera de los cañoneros contra los carroñeros quienes finalmente desistieron y se fueron con viento fresco.
Parece que el inglés (que llegaría a alcanzar el cargo de vicealmirante y tesorero de la marina británica) quedó tan molesto y enfurecido por su fracaso que juró ante sus oficiales volver a Cartagena de Indias y convertirla en cenizas, algo que nunca ocurrió. Aunque si lo intentó su primo Francis Drake, quien en febrero de 1586 asaltó la ciudad manteniéndola secuestrada durante mes y medio hasta que le pagaron la fortuna de dinero que había pedido como rescate. El gobernador no era ya Martín de las Alas, sin que eso quiera decir nada o lo quiera decir todo.
Martín de las Alas (padre) fue uno de los miembros más destacados de la familia de Las Alas que tanto protagonismo tuvo en Avilés desde su fundación que solo Dios sabe cuando tuvo lugar. Este marino, primer Alférez mayor que tuvo la Villa, desarrolló una labor, con navíos construidos en Avilés y tripulación local, al servicio de los reyes Carlos I y Felipe II. Participó en episodios bélicos desarrollados en Europa, África y América (Flandes, Túnez, Peñón de Vélez y Santa Marta). Fue nombrado General de Escuadras y Navíos y también gobernador de Cartagena de Indias cargo que ejerció entre 1567 y 1570. Murió en la pobreza.
Martín de las Alas es un episodio aparte en la historia de Asturias.