Cangas del Narcea, 16 de julio, ocho y cuarto de la tarde, con la vista fija en el Puente Romano escuchamos el sonido del campanín de la Capilla de Ambasgaguas que anuncia la inminente llegada de la Virgen. Los corazones se aceleran. Atrás quedan… Pero, no, esta vez no descartaré de un plumazo tantas cosas importantes. Detengámonos un momento, apartemos la mecha del volador y les contaré todo eso que quedó atrás.

Hace apenas unos instantes, se han terminado las últimas comprobaciones del maletín de disparo y las líneas, después de que miles de voladores hayan sido colocados uno a uno, firmes en sus máquinas, en parada militar; tarea que comenzó antes de amanecer, cruzando saludos con los que aún retornaban a casa tras la fiesta. Días antes, se habían sacado esas máquinas del almacén, revisado, relimpiado y asentado firmemente en su lugar exacto, preparadas para resistir los ríos de fuego que correrán sobre ellas.

Cada uno de los cientos de tiradores, apurridores y miembros de seguridad está en su sitio, perfectamente identificados, a la distancia precisa y con las correspondientes cargas de voladores dispuestas, hechas llegar a cada lugar de tirada hace más de dos horas. Todo ello: lugares, distancias, cantidades y dispositivo, se ha ido perfilando a lo largo del año en reuniones y conversaciones para que, llegado el momento, nadie tenga dudas y la improvisación no socave una seguridad que tanto se mima.

Y, durante el año, la Sociedad de Artesanos ha hecho su asamblea, reuniones de Junta, altas y bajas, pasado recibos a sus más de 2600 socios, corregido errores y devoluciones (labor en la que tanto hemos echado de menos a nuestro añorado Suso) para que todo esté a punto para el gran día. Porque La Descarga es sólo la gloriosa apoteosis final de una obra coral que dura todo el año. Disfrutémosla y recordemos que, cuando cesen los aplausos y terminen los abrazos, algunos, con los ojos aún húmedos de las lágrimas, empezarán a recoger cables y cadenas, preparándose para la siguiente.