Aunque las Fiestas del Carmen y la Magdalena no empiezan oficialmente hasta el día 14, cada 7 de julio, con la celebración del Primer Día de Novenas, los cangueses y allegados consideran abierto ese paréntesis festivo que postergará todo el resto de la vida política y social hasta más allá del día 22. Por supuesto, no todo empieza en ese momento. A lo largo del año, múltiples preparativos, reuniones y alguna que otra fartura nos han ayudado a mantener el contacto y a tener todo listo.

Porque lo que ha hecho grandes a estas fiestas, lo que las ha llevado a ocupar un lugar estelar en el calendario festivo asturiano no es la cantidad de pólvora que se tira ni la muchedumbre que se acerca a compartirlas con nosotros cada año; lo que las hace tan especiales es la manera en que se organizan, de abajo hacia arriba, con Artesanos, las peñas y otras asociaciones llevando el peso de los eventos más importantes.

Con dinero podríamos contratar a la mejor pirotecnia y tirar el doble de pólvora que aquí; podríamos, incluso, alquilar un sitio tan ideal como el nuestro para hacerlo. Podría ser espectacular, sí, pero sólo eso. Le faltaría algo, ese algo que hace que la música y los voladores te conmuevan profundamente: el sentimiento. Por eso nunca atesoraremos en nuestro corazón una sinfonía interpretada por un ordenador ni una tirada creada por y para las máquinas. Las máquinas pueden ser una ayuda importante, pueden aportar perfección técnica, que hace falta, pero sólo las personas pueden aportar el alma.

Y es eso, el alma que ponen los cangueses en sus fiestas lo que las convierte en mágicas. Y es eso, esas personas que vemos pasar con su carga de voladores al hombro y su mecha en el bolsillo, esas que vemos desentumecer sus dedos nerviosos tras el teclado de disparo, esas que vemos colocarse en ordenadas filas, como músicos preparándose para dar un concierto, las que marcan la diferencia y convierten nuestras fiestas en algo inimitable.