Ni relator ni relato
Pocos días antes de que se rompieran las negociaciones que buscaban un pacto presupuestario entre el actual Gobierno y los soberanistas catalanes, la Vicepresidenta Carmen Calvo habló de la figura de «un relator» que no llegaría a ser nombrado. Pues bien en los días previos a la fallida sesión de investidura, de lo que se hablaba era de «relato», tanto por parte del PSOE como de Unidas Podemos. Lo cierto es que cada cual presentó su relato, esto es, su versión, y con o sin relato, las negociaciones entre las dos formaciones de la izquierda fracasaron, lo que supone un fuerte mazazo para ambos partidos y también para el país.
Siguen, tal y como cabía esperar, incendiadas las redes sociales, eso sí, con planteamientos muy maniqueos por ambas partes, sin apenas autocrítica en ninguno de los dos partidos. Habrá que convenir que la culpa y el fracaso, según dicen creer, no recaen sobre ellos; pero el causante esta vez no fue el ‘cha, cha, chá.
Dentro de la opinión publicada, quienes no se suman al discurso maniqueo del partido correspondiente ponen el énfasis en lo novedoso que resulta el hecho de que las negociaciones se fueron desvelando a medida que se celebraban y que también se habló de ellas en los debates entre Sánchez e Iglesias. Novedoso, en efecto, es. Ahora bien, vivimos tiempos en los que lo privado se hace público, en los que mucha gente, no sólo de la vida pública, lleva a cabo, redes sociales mediante, reportajes sobre su día a día.
Y lo esencial del asunto que nos ocupa, desde mi punto de vista, es que no hay forma de justificar que se haya tardado tanto a la hora de negociar. La aritmética parlamentaria estaba ahí desde la noche electoral. Sánchez sabía que ninguna de las formaciones de derechas se iba a abstener, también tenía conocimiento de que el voto de Esquerra Republicana y de los nacionalistas vascos dependía de los acuerdos a los que pudiesen llegar el PSOE y Unidas Podemos. Y, por su lado, la formación morada tiempo tuvo a hacerle llegar al Partido socialista sus exigencias. Bien es verdad que, de entrada, a quien le tocaba poner en marcha las negociaciones era al señor Sánchez.
Pero no solo falló una negociación improvisada y atropellada en el tiempo, siendo ello un error considerable. Tampoco es de recibo que, confrontando los programas, no se hubiesen buscado puntos en común, con cesiones por ambas partes, si ello fuese necesario. Se diría que, en todo momento, lo personal pesó mucho más que la cuestión programática, que el proyecto de país. Y así les fue y así nos fue, saltando todo por los aires.
No es de recibo que Sánchez llegase al debate de investidura sin tener claros los apoyos, tal vez sin haberlos buscado hasta las vísperas. Tampoco hay forma de explicarse el patinazo de Pablo Iglesias, pidiendo unas competencias que, según parece, no son del Gobierno central. Era obligado saber, como mínimo, las competencias de un Gobierno del que se pretendía formar parte.
Mientras tanto, las derechas se frotan las manos. Mientras tanto, como alguien apuntó recientemente, el señor Rivera busca ser el Salvini español. Mientras tanto, el señor Casado le pide más centrismo al PSOE, un centrismo del que se alejó don Pablo con el padrinazgo de Aznar hasta las elecciones de abril.
Mientras tanto, el PSOE y Unidas Podemos podrían replantearse muchas cosas, entre ellas, la conveniencia de hacer cambios en sus respectivos equipos negociadores.
Y esperemos, en fin, que, en el caso de haber nuevas negociaciones, no sean trepidantes en el tiempo ni preludien otro fracaso más.