TRES SEMANAS POR DELANTE
Tres semanas por delante para un debate de investidura que, a primera vista, presenta todas las incertidumbres imaginables. Estoy convencido de que Pedro Sánchez, un político que, ante todo y sobre todo, se guía por las estrategias a seguir, es consciente de que, en el caso de que fracasase en su investidura, no podría seguir contando con el plus de votos que tuvo en abril a resultas del miedo a Vox, partido que se está desinflando electoralmente. También doy por hecho que el dirigente socialista sabe bien no solo que las encuestas se las carga el diablo, sino que además, de aquí a noviembre, puede haber cambios en la tendencia de votos, cambios que no necesariamente le favorecerían, aunque quién sabe.
Por otra parte, no hay que perder vista que, hasta el momento, el PSOE nunca gobernó España en coalición desde la muerte de Franco a esta parte, que es un partido que ambiciona lo hegemónico y que, por tanto, intenta evitar esa nueva experiencia en el ámbito estatal. Y la intenta evitar, entre otras razones, porque el socio más probable en esa referida coalición sería Podemos, partido que no se iba a conformar con unos puestos de consolación y, sobre todo, nunca estaría dispuesto a enmudecer como una especie de marca blanca del partido más votado.
Por su parte, Podemos también se arriesga mucho. De no cambiar las cosas, las opciones que tiene son o bien darle un cheque en blanco a Sánchez, o bien forzar el adelanto electoral, que, de llevarse a cabo, no garantiza en modo alguno que la formación morada pudiese mejorar sus resultados.
En el otro lado del espectro político, está claro que Ciudadanos no está dispuesto en modo alguno a facilitar la investidura de Sánchez, ni siquiera con la abstención. Este planteamiento, que le viene costando dimisiones y abandonos, no parece dispuesto a abandonarlo el señor Rivera. En cuanto al PP, las posturas también están muy claras.
Y, en fin, las formaciones independentistas exigen a Sánchez entrar en unas negociaciones en las que el PSOE no puede ni quiere implicarse. No es descartable, eso sí, que se abstengan. Pero sin el apoyo de la formación morada lo que hagan los independentistas no podría resultar decisivo.
Así pues, tres semanas por delante, se apuran los plazos, teniendo en cuenta que, desde el 28 de abril a esta parte, no hubo avances más allá de unas puestas en escena que no pasaron de lo meramente cosmético.
De todos modos, que el PSOE Y Podemos alcancen un acuerdo antes de la investidura no parece fácil. ¿Están de acuerdo en lo fundamental, dejando aparte entrar o no en el Gobierno, es decir, podrán unificar criterios en lo que se refiere a cómo encarar la cuestión catalana? No sé si el conflicto catalán es lo fundamental en sí mismo, pero resulta innegable que se antojaría insostenible un acuerdo de Gobierno, aunque fuese de «cooperación», si los planteamientos acerca de esta cuestión son dispares e incluso irreconciliables.
Por otro lado, ahí está Errejón. Por otro lado, ahí están Valls y los dimisionarios de Ciudadanos, que sí parecen ser conscientes de que se acabaron los gobiernos hegemónicos, que sí parecen percatarse de que el mandato ciudadano en las urnas es el de pactar, mandato que se repetiría en otra convocatoria electoral.
Tiene uno la impresión de que las cartas les tiemblan en la mano a los principales contendientes. La partida entra en su tramo final. Mucho humo que tapa los gestos, sí, pero que también puede nublar la vista.