En septiembre los gijoneses se bañan distinto. En este mes tan diferente, tan especial, tan ausente de vientos y oleajes incómodos, los gijoneses se bañan como si fueran romanos. Al abrigo del Campo Valdés, custodiado por Octavio Augusto, el espacio marítimo abierto entre San Pedro y la Escalerona se parece en septiembre más a un balneario que a un trozo de mar. El Cantábrico, pasados los ímpetus de julio y agosto, se toma siempre unas vacaciones que aprovechan los habituales de San Lorenzo para reconquistar su playa, sin marabuntas, dándose unos espectaculares remojones en un agua inofensiva, calmada y casi plana.

Las estampas lo dicen todo. La gente en septiembre no se adentra en la mar a refrescarse de un presunto calor que casi nunca llega a ser tal. La actitud es otra. El bañista de septiembre avanza por la bahía decidido, rumbo a Inglaterra, sin que nada le detenga, ni una débil ola ni corriente marina alguna. En ese apacible aceite, los senadores romano-gijoneses charlan boca arriba como si estuvieran en las termas de Caracala o en los baños públicos de Pompeya. Son remojones sin prisas, apacibles, en escasos ‘lotes’ de seis en seis o de doce en doce todo lo más. Dos mujeres hablan de la clase de zumba que una de ellas tiene por la tarde;un vejete anima a la esposa a meterse ya pues «se está mejor dentro que fuera», un parado por accidente va camino de su segunda novena, ésa que garantiza un invierno sin gripes gracias, teóricamente, a la extraordinaria yodación del agua en esta época del año; y dos personas unidas por su pasado y presente laboral en la misma empresa, uno está jubilado y otro aún labora, debaten, cómo no, sobre la calidad del agua y del tiempo.

Este septiembre, dice uno, está fantástico. Este septiembre, replica el otro, está claramente peor que el anterior. Suficiente, claro está, para sumergirse en el Cantábrico casi todos los días. Sin embargo, faltan un par de grados respecto al recuerdo de otros septiembres y la mar no está ‘plato plato’, sino que presenta leves rugosidades fruto de una brisilla que hace más difícil adentarse en ella. Que todo sea eso, en esta semana final en la que los termómetros han retrepado hasta los 25 grados para despedir este mágico mes por la puerta grande. ¡Qué maravilloso es septiembre en Gijón! Bien lo saben unos cientos de cilúrnigos con el hábito de romanizarse en esa mansa terma llamada San Lorenzo. ¿Seguirá la magia en octubre?
Ojalá.

(Publicado en EL COMERCIO el 29 de septiembre de 2017)